Triquiñuelas:
Vamos a llamarlas así, porque aunque se amparan bajo una legislación muy débil, el objetivo es engañarte. Así que vamos a ver cómo lo consiguen:
Sobre el azúcar, ya sabes que es malo (concluyendo mucho), así que lo camuflan con otros nombres como fructosa, dextrosa, glucosa, lactosa, galactosa (todo lo terminado en -osa es azúcar), maltodextrina, melaza, jarabe de maíz, jarabe de maíz de alta fructosa, azúcar invertido (huye de este a toda costa), jarabe de arce, almíbar, jugo de caña, etc.
La información suele aparecer por 100 gramos o mililitros de producto. Esto es una estrategia simple pero muy efectiva: la mayoría de compradores no va a ponerse a calcular cuánto ingerirá realmente de ese producto si la ración son 250 mg y la información aparece en 100 mg.
El «sin azúcar» en realidad esconde un «alto en edulcorantes chungos». ¡Lo light y bajo en azúcar es tremendamente insano!
Enriquecer o vender una bondad para esconder un error. Típico en los cereales y galletas de desayuno, sobre todo los destinados a los niños. (No le des esas porquerías a tu hijo). En este caso, la etiqueta anuncia que son energéticos, ricos en hierro, favorecen el crecimiento, etc. Pero gira el paquete, gira… ¿has visto la cantidad de azúcar que llevan? Eso, obviamente, anulan todas las posibles bondades que pudiera tener el producto.
Quitar la grasa. Y con eso, nos quedamos tan anchos y pensamos que es mejor, más sano. Si quitan algo, grasa en este caso, deben meterle otra cosa… Ejemplo: un yogur natural lleva leche y fermentos. Punto. Un yogur desnatado lleva leche desnatada pasteurizada de vaca, jarabe (maltodextrina, almidón modificado, saborizante idéntico al natural, sucralosa y acesulfame K, sorbato de potasio, ácido láctico, ácido cítrico, simeticona, citrato de sodio), crema pasteurizada de vaca, sólidos de leche, almidón modificado y cultivos lácteos. Sanísimo, vamos…