O cómo la cocina nos transmite amor

Hace tiempo cuando aún me dedicaba a crear contenido en mi cuenta de Instagram publiqué unas manzanas al horno que me cocinaba mi abuela.

Y ahí surgió la idea de este artículo. De hecho, no fue ni una idea. Simplemente surgió.

De la conversación de ese post salió que somos muchísimas las personas que recordamos a nuestros seres queridos por olores, sabores que nos ofrecían. 

¿Has leído el libro de Laura Esquivel «Como agua para chocolate»? Es uno de mis preferidos y hoy, escribiendo este artículo, recuerdo la fascinante escena en la que todos los comensales de la boda lloran al probar la tarta que la protagonista preparó con sus emociones a flor de piel (puedes verla aquí). Es maravillosa.

Cocinar es, indudablemente, una forma de amar.

Si alguna vez me has leído sobre cómo escogemos nuestros alimentos según nuestro estado de ánimo (¡hola, comer emocional!), hoy aquí lo escribo al revés: cómo lo que comemos nos emociona.

Mi abuelita:

Ella era, y es, mi abuela materna. Hace unos años ya que nos dejó, pero su presencia está tan viva como siempre. Ella era quien me llevaba al colegio, me recogía y me daba de comer. Y con quien me quedaba cuando estaba enferma. Puedes imaginarte cuánto la amo…

Su sopa de tomillo me curaba. Sabía además qué infusión prepararme si tenía un examen y estaba nerviosa o si me dolía la barriga. Lo sabía todo.

Su tortilla de patatas me chiflaba. Porque era un plan de lo más top quedarme a dormir en casa de mis abuelos, y ella sabía qué darme para cenar y que la noche fuera mágica.

Su arroz con leche me encaprichaba. Lo preparaba a perolas para mí. Creo que me zampaba toneladas.

Sus manzanas al horno me endulzaban las frías tardes de otoño. No había mejor merienda que esa. ¡Me sentía tan cuidada y amada!

Su plato de verdura cada día me nutría. Porque ella era una abuela de las sabias. Y me transmitió conocimientos que estoy segura que me ayudaron en gran parte a ser hoy la que soy.

Sus huevos escalfados me descubrían el valor de lo sencillo. Un plato que se me antojaba divertido, delicioso y absolutamente hogareño.

Luego me dejaba su cocina para que jugara y experimentara. Yo «cocinaba» cosas incomestibles, ese era mi juego favorito. Y ahí aprendí que cocinar es una preciosa forma de amar. Porque esos experimentos que yo hacía, los daba a probar a mis abuelos y ellos, puro amor, lo tomaban.

Y sí, ella murió en agosto del 2016, pero cada vez que como una sopa de tomillo, o incluso sólo la huelo o la veo, se me dibuja una sonrisa y la siento más cerca que nunca.

Dime, ¿no es asombroso cómo podemos transmitir emociones con nuestras recetas?¿no te parecen increíbles los recuerdos que nos evocan tantísimos platos de nuestros seres queridos?

2 Comentarios

  1. L@si abuelos son sabios y todo amor , yo a mis nietos les hago como ellos dicen yaya hoy hazme fabulosa comida

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    • Que post más emocionante Marta! Me has recordado mucho cosas que he vivido! Recordar como olía mi casa a manzana asada o a rosquillas. A tortilla y a cocido. Me hace volver a querer sentir lo de antes!

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