Cómete tu ansiedad

Cómete tu ansiedad

¿Tu estado de ánimo condiciona tu alimentación o tu alimentación modifica tu estado de ánimo? Ambas respuestas son correctas y en este vídeo te comparto sobretodo cómo tus alimentos pueden determinar tus emociones.

Al final del vídeo te propongo un ejercicio de autoconocimiento en dos fases:

1- Observa en qué estado de ánimo te encuentras cuando escoges qué vas a comer. ¿En qué grado influye tu decisión cómo te sientes?

2- Cuando pases por unos malos días, o complicados (más estrés, más tristeza, etc.) recuerda qué has estado comiendo en los días previos.

¿Vamos al vídeo?

Cocinar recuerdos

Cocinar recuerdos

O cómo la cocina nos transmite amor

Hace tiempo cuando aún me dedicaba a crear contenido en mi cuenta de Instagram publiqué unas manzanas al horno que me cocinaba mi abuela.

Y ahí surgió la idea de este artículo. De hecho, no fue ni una idea. Simplemente surgió.

De la conversación de ese post salió que somos muchísimas las personas que recordamos a nuestros seres queridos por olores, sabores que nos ofrecían. 

¿Has leído el libro de Laura Esquivel «Como agua para chocolate»? Es uno de mis preferidos y hoy, escribiendo este artículo, recuerdo la fascinante escena en la que todos los comensales de la boda lloran al probar la tarta que la protagonista preparó con sus emociones a flor de piel (puedes verla aquí). Es maravillosa.

Cocinar es, indudablemente, una forma de amar.

Si alguna vez me has leído sobre cómo escogemos nuestros alimentos según nuestro estado de ánimo (¡hola, comer emocional!), hoy aquí lo escribo al revés: cómo lo que comemos nos emociona.

Mi abuelita:

Ella era, y es, mi abuela materna. Hace unos años ya que nos dejó, pero su presencia está tan viva como siempre. Ella era quien me llevaba al colegio, me recogía y me daba de comer. Y con quien me quedaba cuando estaba enferma. Puedes imaginarte cuánto la amo…

Su sopa de tomillo me curaba. Sabía además qué infusión prepararme si tenía un examen y estaba nerviosa o si me dolía la barriga. Lo sabía todo.

Su tortilla de patatas me chiflaba. Porque era un plan de lo más top quedarme a dormir en casa de mis abuelos, y ella sabía qué darme para cenar y que la noche fuera mágica.

Su arroz con leche me encaprichaba. Lo preparaba a perolas para mí. Creo que me zampaba toneladas.

Sus manzanas al horno me endulzaban las frías tardes de otoño. No había mejor merienda que esa. ¡Me sentía tan cuidada y amada!

Su plato de verdura cada día me nutría. Porque ella era una abuela de las sabias. Y me transmitió conocimientos que estoy segura que me ayudaron en gran parte a ser hoy la que soy.

Sus huevos escalfados me descubrían el valor de lo sencillo. Un plato que se me antojaba divertido, delicioso y absolutamente hogareño.

Luego me dejaba su cocina para que jugara y experimentara. Yo «cocinaba» cosas incomestibles, ese era mi juego favorito. Y ahí aprendí que cocinar es una preciosa forma de amar. Porque esos experimentos que yo hacía, los daba a probar a mis abuelos y ellos, puro amor, lo tomaban.

Y sí, ella murió en agosto del 2016, pero cada vez que como una sopa de tomillo, o incluso sólo la huelo o la veo, se me dibuja una sonrisa y la siento más cerca que nunca.

Dime, ¿no es asombroso cómo podemos transmitir emociones con nuestras recetas?¿no te parecen increíbles los recuerdos que nos evocan tantísimos platos de nuestros seres queridos?

¿Fruta antes o después de las comidas?

¿Fruta antes o después de las comidas?

Esta es casi la pregunta del millón. Y no caduca. Quiero decir, que lo mismo la escucho ahora que tenemos tantísima información (buena y mala, que para eso hay tanta) como hace 20 años cuando estaba terminando la carrera..

El otro día me la volvieron a preguntar. Y me dije «oye Marta, grábate, y así difundes tu respuesta por doquier». Y eso hice.

Aquí te dejo el vídeo. Interesante, mucho. Corto, también. Probablemente es el vídeo más corto que he grabado y que grabaré nunca.

Porque normalmente me voy por los cerros de Úbeda, como ahora. Pero el día que grabé el vídeo, fui al grano.

Venga, prepárate una naranja con canela, un plátano con nibs de cacao o una manzana con mantequilla de cacahuete y dale al play:

Si lo que te ha hecho llegar a este contenido es tu interés por mejorar tus hábitos, deshincharte, perder peso desde una mirada amable y cuidada, puedes formar parte de La Comunidad. Donde nos cuidamos, crecemos y nutrimos nuestra alma.

Tengo SIBO, ¿y ahora qué?

Tengo SIBO, ¿y ahora qué?

Llevas tiempo con malas digestiones, la barriga hinchada y después de probar mil remedios, infusiones, pastillas, detox… das con alguien (nutricionista o médico) que te pide unas pruebas raras.

Te han hecho tomar un brebaje de lactulosa o glucosa, y soplar en diferentes momentos en lo que se llama el test de aliento. El objetivo del test es determinar la cantidad de hidrógeno y metano del aliento.

Si tienes más de 20 ppm de hidrógeno o un aumento de 10 ppm de metano respecto al valor basal, está diagnosticado: tienes SIBO.

O lo que es lo mismo, Sobrecremiento Bacteriano.

Pues vale, tú, ni idea. Y ahora, ¿qué?

Primera pregunta: ¿eso es grave?

Quizá ya te ha empezado a complicar la vida y si no, lo que es seguro es que cuanto más tardes en tratarlo más te la va a complicar.

El SIBO  (small bacterial overgrowth) es el sobrecrecimiento bacteriano en el intestino delgado. Es decir, en el intestino grueso hay bacterias, y bien, pero cuando hay muchas, empiezan a «subir» y van ocupando terreno que no debería ser suyo.

Las primeras manifestaciones clínicas que puedas haber notado son gases, distensión abdominal (esa barriga hinchada y dura), diarrea o estreñimiento, eructos y acidez de estómoga. Tan agradable como que te acaricien con papel de lija. Horrible.

Más tarde y sin darte cuenta, puede que te encuentres con que tienes alguna intolerancia alimentaria (gluten, lactosa, sorbitol…), y por lo tanto, alguna carencia también, ya sea de hierro o de algunas vitaminas, y quizá te sientas siempre cansada/desmotivada. Como ves, la cosa se va poniendo intensa.

Bueno, pues esto hay que tratarlo ya, amiga, porque a la larga este SIBO puede acabar ocasionando otros trastornos. Los principales:

– Permeabilidad intestinal (aquí te hablo de ella)

– Inflamación sistémica

– Enfermedades autoinmunes (abro cajón enorme que no te lo acabas: celiaquía, Crohn, Colitis…).

Así que está claro clarinete; ahora que ya sabemos qué hay y qué puede haber, vamos a ponernos las pilas y ver qué podemos hacer.

Segunda pregunta: ¿cómo tratar el SIBO?

Esto no puedes hacerlo sola. Lo ideal es que te lo lleve un médico, un nutricionista (¡yo!) y un psicólogo. Algunos te dirán que con un nutricionista vale. Ok. Yo te digo que mi parte como nutricionista te la cubro a la perfección pero lo que no es de mi competencia, obviamente, no.

El tratamiento para SIBO tiene 3 pilares fundamentales:

Dieta

Farmacoterapia

Gestión emocional.

¿Ves? Yo te trato con la dieta, pero necesitas la receta médica para los fármacos que sí, aunque a mí me veas muy natural y muy hippy, en SIBO son imprescindibles. En serio, imprescindibles. Tampoco te voy a tratar tu estrés. Te puedo aconsejar cosas que a mí me funcionan, pero el trabajo de un buen psicólogo no lo suple nadie.

Así que vamos por pasos y apunta o guárdate esta información porque es muy importante:

Farmacoterapia

Son imprescindibles algunos fármacos y algún suplemento para eliminar algunas bacterias intestinales y repoblar tu microbiota. Algo así como pasar la aspiradora y luego fregar el suelo. ¿No lo harías al revés, verdad?

Con esto me refiero a que en el tratamiento para el SIBO el orden SÍ altera el resultado. Y por eso me pongo las manos a la cabeza cuando por ahí se recomiendan probióticos (de los que en otras ocasiones soy muy fan) sin ton ni son. Si tienes SIBO y tomas probióticos, la has liado parda. ¿Lo notas con tus síntomas verdad?

Así que primero el médico te recetará Rifamicina, un antibiótico de amplio espectro para acabar con las bacterias invasoras. Luego si tienes dispepsia yo misma te recomendaré enzimas digestivas (estas son la leche). Y ya por último, los probióticos para restablecer esa flora intestinal.

El orden es así. No de otra forma. Así.

Gestión emocional

Aquí yo poco te puedo ayudar, pero por experiencia te digo que he usado muchísmas herramientas, pero al final la capitana eres tú. La que decide si quieres salir de ahí o estancarte y victimizarte no es otra persona, ni pastilla ni chupiflauta que tú.

Así que una buena psicóloga, meditar, aceites esenciales, algún suplemento, te pueden ayudar, pero tú eres la jefa, reina 😉

Haz todo lo que esté en tus manos para asegurarte un descanso nocturno de 8 horas. Si no es así, trátate eso también. Respeta los ritmos circadianos noche y día. Y quiérete mucho. Pero de verdad, incondicionalmente.

La dieta

Es la FODMAP. Para tratar el SIBO, el tratamiento nutricional indicado es la famosa dieta FODMAP.

Y es un coñazo porque yo que soy muy poco de hablar de dietas, y promuevo la flexibilidad alimentaria, etc. pues aquí no. La FODMAP es estricta y o la haces, o la haces. Si no, ya sabes: seguirás con gases, hinchazón abdominal, dolor y todo lo que te he contado más arriba.

La dieta en cuestión elimina los alimentos que fermentan en tu intestino (Oligosacáridos, disacáridos, monosacáridos y polioles fermentables) y tiene 3 fases:

1- Fase de eliminación. Todos los alimentos altos en FODMAP, fuera. Todos, sin excepción. Y eso lo haces durante unas 6 semanas. Es durillo, pero eficaz (¿eficacísimo existe?).

2- Fase de reintroducción. Ahí vamos introduciendo poco a poco los alimentos que habíamos eliminado en la fase 1. Y observar qué pasa.

3- Mantenimiento. Porque como no quieres pasar por todo esto nunca más, vamos a aprender cuál es tu nivel de tolerancia y cómo puede ser para ti una forma de comer sostenible en el tiempo.

La dieta FODMAP da para mucho. En este post la expliqué con más detalle. Pero bueno, amiga, si te han diagnosticado SIBO, espero que estas cuatro pinceladas de este artículo te sirvan y si necesitas que te eche un cable, yo soy la nutricionista que estás buscando 😉

Cómo tratar la retención de líquidos

Cómo tratar la retención de líquidos

Esa sensación molesta y a menudo dolorosa, que no tiene que ver con el peso sino con sentirte (y estar) hinchada, incómoda. Es algo que puede suceder todo el año pero ahora, con las altas temperaturas, es mucho más común.

Hablo de las piernas hinchadas o de forma más general, de la retención de líquidos: piernas, pies, manos, bolsas en los ojos… Es como si nos hincháramos como un globo. Qué pesadez…

Vamos a ver por qué nos sucede esto y cómo podemos aliviarlo.

¿Qué es la retención de líquidos?

Que nuestro cuerpo está formado por agua ya lo sabes, ¿verdad? Buenos, pues imagina que el 50-60% de tu cuerpo es agua, y ésta se encuentra parte dentro de las células (intracelular) y parte fuera de ellas (extracelular).

Cuando todo va bien, ambos niveles están equilibrados, pero a veces ocurre que este equilibrio se rompre y se produce la acumulación o retención de líquidos a nivel extracelular (o sea, aumenta el líquido que tenemos alrededor de las células y en el plasma).

Eso es la retención de líquidos.

La siguiente pregunta debería de ser ¿por qué se rompe ese equilibrio? Es decir, cuál es la causa de la retención de líquidos.

Normalmente, el equilibrio de agua y solutos se rompe por causas muy simples:

– problemas de circulación (mala circulación, piernas hinchadas y celulitis a menudo van de la mano)

– alteraciones hormonales (síndrome premenstrual, ovulación…)

– poca hidratación (¡que no bebemos!)

– exceso consumo de sal

– estar demasiado tiempo sentada o demasiado tiempo de pie

– uso de medicamentos como los antiinflamatorios, corticoides, etc

A nivel patológico, algunas enfermedades también son la causa de una retención de líquidos. Por ejemplo alteraciones de tiroides, problemas cardiovasculares o enfermedad renal o hepática.

¿Qué puedes hacer tú para aliviar la retención de líquidos?

Como ya te he dicho muchas veces que en el cuerpo todo tiene que estar en equilibrio, pues aquí también de eso se trata. Equilibrio es salud; desequilibrio es enfermedad.

En este caso, los protagonistas de este (des) equilibrio son el sodio y el potasio. Y para prevenir, evitar o mejorar la retención de líquidos vas a aumentar el consumo de potasio y disminuir el de sodio.

Los alimentos más ricos en potasio, además, están riquísimos ;P, fíjate:

Plátano, espinacas, papaya, ciruelas, aguacate, champiñones, calabacín, frutos secos, tomate… ¡Qué maravilla, verdad!

Si sufres de retención de líquidos también puedes añadir a tus menús alimentos diuréticos como los espárragos, la alcachofa, el pepino, la berenjena, la piña, la sandía o el te verde. Y obviamente, aquellos alimentos ricos en sodio van a tener que desaparecer o por lo menos, disminuir. Y estoy segura que casi no hace falta ni que te los cuente, porque ya puedes intuir cuáles son: aquellos que te dan más sed cuando te los comes.

Quesos curados, embutidos y carnes procesadas, snacks y alimentos precocinados, productos (fíjate que no digo alimentos sino productos, con toda la ironía del mundo) que contengan glutamato monosódico, citrato de sodio, propionato de sodio y otros aditivos

¿Algún consejo más?

Pues sí, dos consejos muy importantes.

El primero, es obvio: bebe agua. No voy a decir cuánta agua tienes que beber porque varía mucho según la estación, la persona y lo que hemos comido. Si tu alimentación se basa en abundancia de vegetales y ensaladas, no necesitas beber tanta agua porque ya «te la estás comiendo». Fíjate ese día que comes cero vegetales, o comida rápida o precocinada. ¿Verdad que tienes mucha sed? Pues eso, en una alimentación antiinflamatoria como la que siempre recomiendo nuestro cuerpo no nos pide tanta agua como lo hace con aquellas personas que siguen la dieta de la cafetería (ya me entiendes a qué me refiero: pasta, fritos, rebozados y cero vegetal).

Así que para saber cuánta agua tienes que beber mi mejor consejo es que reconozcas la sensación de sed.

Y el segundo consejo tan o más importante es que te muevas. ¡Que eres un animal, no una planta! Miles de veces he dicho que el deporte es la polipíldora que puede curarlo todo y aquí lo reafirmo una vez más. Muéveta, pasea, nada, ve en bici, salta, baila…. lo que sea para que tu cuerpo y tu circulación se mueva.

Si sigues todos estos consejos estoy segura que tu retención de líquidos mejorará. Cuéntame, ¿cómo llevas tú esa sensación de piernas hinchadas en verano?

Cómo leer el etiquetado nutricional…

Cómo leer el etiquetado nutricional…

…sin caer en sus trampas.

Porque de hecho, la mayoría no son más que trampas. Este artículo hace mucho tiempo que estaba entre bastidores… Y es que sé que es algo que me preguntas a menudo, que crees que necesitas saber, pero al final, en mis conclusiones, entenderás por qué lo he ido postergando.

La industria alimentaria tiene una finalidad. Y no, no es que estés sana, que te alimentes bien y que tus hijos crezcan felices. La finalidad de la industria alimentaria es ganar dinero. Crearte una necesidad y que inviertas en ella en tu día a día.

Una vez entendido esto, entenderás que las etiquetas nutricionales no son mera información, sino un absoluto y gigante reclamo publicitario. Está dentro de la legalidad subrayar, exagerar u omitir cierta información. Y todo ello para que compres.

Según algunos estudios, parece ser que, después de estar unos años con el etiquetado nutricional, la decisión de compra en el hogar español no ha mejorado en absoluto. Así que… ¿qué decir sobre el etiquetado nutricional?

Partes de la etiqueta:

En un envoltorio cualquiera de un producto alimentario nos encontramos con 3 partes destacadas en cuanto a información nutricional ser refiere:

  1. El reclamo publicitario o promesa. Con esto me refiero a esa palabra en grande y colorida que yo llamo el «reclamo para principiantes». NI LO LEAS. Palabras como «Bio», «Sin gluten», «Light», «Rico en calcio» y mil memeces más, que la mayoría de las veces son medias verdades o tomaduras de pelo absolutas. O sea, que un queso lleve como reclamo «sin gluten» es… pues eso, una tomadura de pelo! El queso no debería de llevar nunca gluten! Suelen ser reclamos para hacernos creer que el producto en cuestión es más sano, más nutritivo o menos calórico.
  2. El análisis nutricional. Que cuenta lo que no es taaaan importante. Que me diga las calorías no me interesa mucho, la verdad. Si me dice las grasas, pero me mete en el mismo saco las saturadas, las monoinsaturadas y las hidrogenadas, tampoco me sirve para nada. Y si me informa de la cantidad de calcio del producto, está demostrado que el consumidor sólo por el hecho de que aparezca la palabra «calcio», ya lo interpreta como algo bueno… sin ni siquiera leer la cantidad que lleva.
  3. Los ingredientes. Es lo único que tienes que leer. Los ingredientes de un producto aparecen en orden de mayor a menor cantidad. Así que si de primero ves agua, azúcar, grasa de palma… ya no sigas leyendo. El truqui en este apartado es que nos meten tal cantidad de ingredientes, y con unas letritas tan chiquitas, que es un auténtico horror leerlas.

 

Triquiñuelas:

Vamos a llamarlas así, porque aunque se amparan bajo una legislación muy débil, el objetivo es engañarte. Así que vamos a ver cómo lo consiguen:

Sobre el azúcar, ya sabes que es malo (concluyendo mucho), así que lo camuflan con otros nombres como fructosa, dextrosa, glucosa, lactosa, galactosa (todo lo terminado en -osa es azúcar), maltodextrina, melaza, jarabe de maíz, jarabe de maíz de alta fructosa, azúcar invertido (huye de este a toda costa), jarabe de arce, almíbar, jugo de caña, etc.

La información suele aparecer por 100 gramos o mililitros de producto. Esto es una estrategia simple pero muy efectiva: la mayoría de compradores no va a ponerse a calcular cuánto ingerirá realmente de ese producto si la ración son 250 mg y la información aparece en 100 mg.

El «sin azúcar» en realidad esconde un «alto en edulcorantes chungos». ¡Lo light y bajo en azúcar es tremendamente insano!

Enriquecer o vender una bondad para esconder un error. Típico en los cereales y galletas de desayuno, sobre todo los destinados a los niños. (No le des esas porquerías a tu hijo). En este caso, la etiqueta anuncia que son energéticos, ricos en hierro, favorecen el crecimiento, etc. Pero gira el paquete, gira… ¿has visto la cantidad de azúcar que llevan? Eso, obviamente, anulan todas las posibles bondades que pudiera tener el producto. 

Quitar la grasa. Y con eso, nos quedamos tan anchos y pensamos que es mejor, más sano. Si quitan algo, grasa en este caso, deben meterle otra cosa… Ejemplo: un yogur natural lleva leche y fermentos. Punto. Un yogur desnatado lleva leche desnatada pasteurizada de vaca, jarabe (maltodextrina, almidón modificado, saborizante idéntico al natural, sucralosa y acesulfame K, sorbato de potasio, ácido láctico, ácido cítrico, simeticona, citrato de sodio), crema pasteurizada de vaca, sólidos de leche, almidón modificado y cultivos lácteos. Sanísimo, vamos…

Conclusiones y consejos:

La mejor conclusión a la que puedo llevar es que comas comida, y no productos. Pero voy a mojarme un pelín más:

  • Los productos sanos no llevan etiqueta. No la necesitan.
  • La etiqueta «bajo en», «bio» y todas las que he comentado, no son sinónimo de producto sano.
  • Toda la comida basura añade frases para confundir al consumidor. Y se limpia la consciencia bajo la típica frasecilla minúscula «consumir con moderación, en el marco de una dieta equilibrada». ¡Y se quedan tan anchos! ¡Si hasta el envase de los Cheetos tiene la pirámide nutricional y se pueden consumir «con moderación»!
  • El producto original siempre es mejor que su versión mejorada (mejor un yogur que uno light, enriquecido, para ir de vientre, para crecer o lo que sea).
  • Total: come alimentos, comida real, que no necesite etiqueta. Muchas frutas y verduras, alimentos frescos… Y si algún día te apetece un producto elaborado, tómatelo, pero a sabiendas que es un producto con poco o nulo interés nutricional.
¿Lees las etiquetas antes de comprar? ¿Crees que esto influye en tu decisión final?
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En nuestro intestino existe una barrera intestinal en forma de microvellosidades, donde reside nuestra microbiota (esas bacterias amigas que viven en nuestro interior). Por debajo de esta microbiota se encuentra el acceso que va a permitir la absorción de los nutrientes que provienen de los alimentos digeridos, y además nos protege del exterior. La jefaza de todo esto es la Celulina, encargada de abrir los canales para que las vellosidades intestinales funcionen correctamente. ¿Qué pasa si la Celulina está por ejemplo, hiperactiva? Eso es lo que se llama permeabilidad intestinal o síndrome del intestino permeable.

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